Los
grandes genios son siempre difíciles de encasillar. Habitualmente, ellos marcan
las pautas de un estilo concreto pero a veces, y es el caso de Goya, se
desvinculan del estilo característico de su tiempo. Quizá la figura de Goya sea
más atrayente por lo que supone de ruptura. Vive un siglo de cambios y
conflictos, desde la Revolución Francesa y la Guerra de la Independencia hasta
la incertidumbre de la situación de la vuelta al absolutismo.
Nadie fue más sordo que
Goya al siglo XIX, pese a haber cumplido en él casi tres décadas y haber
sobrevivido a sus feroces guerras. Se quedó sordo de verdad cuando amanecía la
centuria, pero no ciego.
Goya consiguió crear un
estilo propio, de gran originalidad, enorme fuerza expresiva y calidad técnica.
Las características de su obra son fruto de su sensibilidad artística, los
acontecimientos históricos que tuvieron lugar a su alrededor y una dura
enfermedad que le dejó sordo y transformó su carácter en la etapa de madurez.
Fue un artista de lenta evolución que alcanzó un gran virtuosismo técnico
reflejado en obras de muy diversa temática. Su trabajo artístico refleja el
colorido barroco y la influencia de la pintura italiana que conoce en sus
viajes de formación a este país, avanzando hacia las líneas modernas de
pincelada suelta presentes, sobre todo, en su obra gráfica.
Francisco de Goya y Lucientes nació el 30 de marzo de 1746 en
Fuendetodos, un pueblecito de la provincia de Zaragoza, donde sus padres, que
vivían en Zaragoza, estaban de paso. La familia de su madre, los
Lucientes, estaba afincada en ese
pueblo y pertenecía a la hidalguía rural aragonesa. Los Goya, en cambio, eran
de ascendencia vasca, aunque establecidos en Zaragoza desde mediados del siglo
XVII. Oscilaban entre la burguesía y la clase obrera. Tenían la posibilidad de
solicitar “vizcaínía” – prueba de su origen vasco y comparable a la hidalguía-
para facilitar los ascensos sociales. El artista mismo, en 1792, empezaría los
trámites al respecto, con el deseo de probar su misma honorabilidad y
garantizar la de su propio hijo.
José Goya era un modesto
dorador que poseía un taller en propiedad y poco más. Engracia Lucientes
pertenecía a una familia de hidalgos rurales venida a menos. La familia tenía
casa y tierras en Fuendetodos por lo que el pintor nació en este lugar, pero
pronto se trasladaron a Zaragoza.
En la capital aragonesa
recibió Goya sus primeras enseñanzas; fue a la escuela del padre Joaquín donde
conoció a su amigo íntimo Martín Zapater y parece que acudió a la Escuela de
dibujo de José Ramírez. Con doce años aparece documentado en el taller de José
Luzán, quien le introdujo en el estilo decadente de finales del Barroco.
Tras
intentar, sin éxito, conseguir una ayuda de la Real Academia de Bellas Artes de
San Fernando de Madrid, decide seguir formándose en Italia donde se presenta en
1770 como discípulo de Francisco Bayeu para estudiar a los maestros italianos in
situ. Parte hacia Roma, Venecia,
Bolonia y otras ciudades italianas, donde consta su aprendizaje de la obra de
Guido Reni, Rubens, El Veronés o Rafael, entre otros grandes pintores.. El
viaje será decisivo en la ejecución de sus primeras pinturas.
A su vuelta en 1771 recibirá importantes encargos de temática religiosa: Decora con un gran fresco, La adoración del nombre de Dios de la bóveda del Coreto de la Basílica del Pilar de Zaragoza, las pinturas de la iglesia de la Cartuja de Aula Dei, la capilla del Palacio de los Condes de Sobradiel y los conjuntos pictóricos que realizó en iglesias de las localidades zaragozanas de Calatayud, Muel y Remolinos.
A su vuelta en 1771 recibirá importantes encargos de temática religiosa: Decora con un gran fresco, La adoración del nombre de Dios de la bóveda del Coreto de la Basílica del Pilar de Zaragoza, las pinturas de la iglesia de la Cartuja de Aula Dei, la capilla del Palacio de los Condes de Sobradiel y los conjuntos pictóricos que realizó en iglesias de las localidades zaragozanas de Calatayud, Muel y Remolinos.
En 1773 se casa con
Josefa, hermana del valorado pintor Francisco Bayeu, quien media para que Goya
haga carrera en Madrid. En 1775 entra en la Real Fábrica de Tapices de Santa
Bárbara donde permanecerá hasta 1791. Su estancia allí le permite conocer la
obra de Velázquez, referente desde entonces en su pintura. Pinta cartones para
tapices, género donde pudo desenvolverse con relativa libertad. Las 63
composiciones de este tipo constituyen lo más sugestivo de su producción de
esos años. Tal vez el primero que llevó a cabo sea el conocido como Merienda
a orillas del Manzanares, con un tema original y popular que anuncia una
serie de cuadros vivos, graciosos y realistas: La riña en la Venta Nueva,
El columpio, El quitasol y, sobre todo, allá por 1786 o 1787, El
albañil herido. Los cartones sirven para decorar los aposentos reales en
los Palacios de San Lorenzo de El Escorial y El Pardo. Goya se desmarca de
otros pintores de la Real Fábrica por sus diseños cargados de invención y
creatividad.
El éxito no se hace
esperar y en 1780, con 34 años, ingresa en la Real Academia de San Fernando,
con el cuadro Cristo en la cruz, que en la actualidad guarda el Museo
del Prado de Madrid, y conoce al mayor valedor de la España ilustrada de
entonces, Gaspar Melchor de Jovellanos, con quien lo unirá una estrecha amistad
hasta la muerte de este último en 1811. En 1786 es propuesto por Francisco
Bayeu para el cargo de Pintor del Rey.
En 1788 el artista
realiza la llamada Capilla Sixtina de Madrid para emular a la romana de Miguel
Ángel: los frescos de San Antonio de la Florida, en los que representa al
pueblo madrileño asistiendo a un milagro. Este mismo año firma también el
excelente retrato de su amigo Jovellanos.
En
1789 en pintor de cámara del rey Carlos IV. Inicia grandes retratos, La
marquesa de Solana o La Duquesa de Alba, que culminarán en La familia de Carlos
IV. Todas estas obras, aunque siempre de compromiso por las exigencias de su
clientela, revelan los cambios estilísticos de Goya. Ocupan un papel principal
la pincelada suelta y la preocupación por la luz. La luz aparece sobre todo en
el tratamiento espacial y en los ropajes.
Pero poco tiempo
después, en el invierno de 1792, cae gravemente enfermo en Sevilla, sufre lo
indecible durante aquel año y queda sordo de por vida. Tras meses de postración
se recupera, pero como secuela de la enfermedad pierde capacidad auditiva.
Además, anda con dificultad y presenta algunos problemas de equilibrio y de
visión. Se recuperará en parte, pero la sordera será ya irreversible de por
vida.
La
sordera lo lleva al aislamiento y a la introspección, deja de contemplar la
sociedad como un conjunto de costumbres amables y empieza a considerar el lado
negativo, como plasmará en Los Caprichos:
realizados con gran maestría y dominio técnico donde critica de forma satírica
los defectos humanos. Los cuadros son un conjunto de obras de pequeño formato
entre los que se encuentran Corral de locos, El naufragio, El incendio o El
asalto de ladrones.
A partir de 1794 Goya
reanuda sus retratos de la nobleza madrileña y otros destacados personajes de
la sociedad de su época que ahora incluirán, como Primer Pintor de Cámara,
representaciones de la familia real, de la que ya había hecho los primeros
retratos en 1789. Pinta Carlos IV de rojo o a su esposa María de
Palma con tontillo.
En cuanto a los retratos
femeninos, conviene comentar los relacionados con la Duquesa de Alba. Desde
1794 acude al palacio de los duques de Alba en Madrid para hacer el retrato de
ambos. Pinta también algunos cuadros de gabinete con escenas de su vida
cotidiana, como La Duquesa de Alba y la Beata y, tras la muerte del
duque en 1795, incluso pasará largas temporadas con la reciente viuda en su
finca de Sanlúcar de Barrameda en los años 1796 y 1797. La hipotética relación
amorosa entre ellos ha generado abundante literatura apoyada en indicios no
concluyentes.
En 1800 Goya recibe el
encargo de pintar un gran cuadro de grupo de la familia real, que se
materializó en La familia de Carlos IV. Se da prioridad a mostrar una
idea de la educación basada en el cariño y la activa participación de los
padres, lo que no siempre era usual en la realeza. La infanta Isabel lleva su
niño muy cerca del pecho, lo que evoca la lactancia materna; Carlos María
Isidro abraza a su hermano Fernando en un gesto de ternura. El ambiente es
distendido, cual un interior plácido y burgués.
También retrató a Manuel
Godoy, el hombre más poderoso de España tras el rey en estos años. El Retrato
de Manuel Godoy muestra una caracterización psicológica incisiva. Figura
como un arrogante militar que descansa de la batalla en posición relajada,
rodeado de caballos y con un fálico bastón de mando entre sus piernas. No
parece destilar mucha simpatía por el personaje y a esta interpretación se suma
el que Goya podría ser partidario en esta época del Príncipe de Asturias, que
luego reinará como Fernando VII, entonces enfrentado al favorito del rey.
La maja
desnuda, obra de encargo pintada
entre 1790 y 1800. formó con el tiempo pareja con el cuadro La maja vestida.
Se ha especulado con que la retratada sea la Duquesa de Alba porque a la muerte
de Cayetana en 1802, todos sus cuadros pasaron a propiedad de Godoy, a quien se
sabe que pertenecieron las dos majas. El generalísimo tenía en su haber
otros desnudos, como la Venus del espejo de Velázquez. Sin embargo no
hay pruebas definitivas ni de que este rostro pertenezca al de la duquesa ni de
que no hubiera podido llegar la Maja desnuda a Godoy por otros caminos,
incluso, el de un encargo directo a Goya.
El
periodo que media entre 1808 y 1814 está presidido por acontecimientos
turbulentos para la historia de España, pues a partir del motín de Aranjuez
Carlos IV se ve obligado a abdicar y Godoy a abandonar el poder. Tras el
levantamiento del dos de mayo dará comienzo la llamada Guerra de la
Independencia.
El
3 de mayo de 1808, al día siguiente de la insurrección popular madrileña contra
el invasor francés, el pintor se echa a la calle, no para combatir con la
espada o la bayoneta, pues tiene más de sesenta años y en su derredor bullen
las algarabías sin que él pueda oír nada, sino para mirar insaciablemente lo
que ocurre. Con lo visto pintará algunos de los más patéticos cuadros de
historia que se hayan realizado jamás: el Dos de mayo, conocido también
como La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol de Madrid y el
lienzo titulado Los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe
Pío de Madrid.
Durante
la llamada guerra de la Independencia, Goya irá reuniendo un conjunto
inigualado de estampas que reflejan en todo su absurdo horror la sañuda
criminalidad de la contienda. Son los llamados Desastres de la guerra,
cuyo valor no radica exclusivamente en ser reflejo de unos acontecimientos
atroces sino que alcanza un grado de universalidad asombroso y trasciende lo
anecdótico de una época para convertirse en ejemplo y símbolo, en auténtico
revulsivo, de la más cruel de las prácticas humanas.
El
pesimismo goyesco irá acrecentándose a partir de entonces. En 1812, muere su
esposa, Josefa Bayeu; entre 1816 y 1818 publica sus famosas series de grabados,
la Tauromaquia y los Disparates.
Con
el nombre de Pinturas negras se conoce la serie de catorce cuadros que
pinta Goya entre 1819 y 1823 con la técnica de óleo al secco sobre la
superficie de revoco de la pared de la Quinta del Sordo. Estos cuadros suponen,
posiblemente, la obra cumbre de Goya, tanto por su modernidad como por la
fuerza de su expresión.
Goya
adquiere esta finca situada en la orilla derecha del río Manzanares, cerca del
puente de Segovia y camino hacia la pradera de San Isidro, en febrero de 1819;
quizá para vivir allí con Leocadia Weiss a salvo de rumores, pues esta estaba
casada con Isidoro Weiss. Era la mujer con la que convivía y quizá tuvo de ella
una hija pequeña, Rosarito Weiss.
Goya
adorna su quinta ateniéndose al decoro habitual en la pintura mural de los
palacios de la nobleza y la alta burguesía. Considerando que la planta baja
servía como comedor, los cuadros deberían tener una temática acorde con el
entorno: Aunque el aragonés no trata estos géneros de modo explícito, Saturno
devorando a un hijo y Dos viejos comiendo sopa remiten, aunque de
forma irónica y con humor negro, al acto de comer. Otros cuadros se relacionan
con la habitual temática bucólica y la cercana ermita del santo patrón de los
madrileños, aunque con un tratamiento tétrico: La romería de San Isidro,
La peregrinación a San Isidro en incluso La Leocadia, cuyo
sepulcro puede vincularse con el cementerio anejo a la ermita.
En la
segunda planta se aprecian varios
contrastes: Uno entre la risa y el llanto o la sátira y la tragedia y otro
entre los elementos de la tierra y el aire. Hombres leyendo, con su
ambiente de seriedad, se opondría a Mujeres riendo. De la misma manera,
en las escenas mitológicas de Asmodea y Átropos se percibiría la
tragedia, mientras que en otros, como la Peregrinación del Santo Oficio,
vislumbramos una escena satírica. Otro contraste estaría basado en cuadros con
figuras suspendidas en el aire en los mencionados cuadros de tema trágico, y
otros en los que aparecen hundidas o asentadas en la tierra, como en el Duelo
a garrotazos y el Santo Oficio.
La
única unidad que se puede constatar es la de estilo. Por ejemplo, la
composición de estos cuadros es muy novedosa. Las figuras suelen aparecer
descentradas. También comparten un cromatismo muy oscuro. Muchas de las escenas
son nocturnas. muestran la ausencia de la luz, el día que muere. La paleta de
colores se reduce a ocres, dorados, tierras, grises y negros; con sólo algún
blanco restallante en ropas para dar contraste y azul en los cielos y en
algunas pinceladas sueltas de paisaje, donde concurre también algún verde,
siempre con escasa presencia.
En
el invierno de 1819 cae gravemente enfermo pero es salvado in extremis
por su amigo el doctor Arrieta, a quien, en agradecimiento, regaló el cuadro
titulado Goya y su médico Arrieta. En 1823, tras la invasión del ejército
francés los Cien Mil Hijos de San Luis, venido para derrocar el gobierno
liberal, se ve condenado a esconderse y al año siguiente escapa a Burdeos,
refugiándose en casa de su amigo Moratín.
La
represión iniciada por Fernando VII tras la guerra hace que se exilie a
Francia, a la localidad de Burdeos, donde termina sus últimas series gráficas
“Las Tauromaquias” y “Los Disparates”, impregnadas de frescura e innovación a
pesar de la edad del artista. Muere en Burdeos el 16 de abril 1828 dejando un legado artístico
que aventuró futuros ovimientos estilísticos, siendo por ello considerado como
el genio precursor que deja la puerta abierta a la modernidad.
Fuentes:www.biografiasyvidas.com,
www.museonacionaldelprado.es
www.artehistoria.jcyl.es
www.artespana.com
wikipedia.
Fuentes:www.biografiasyvidas.com,
www.museonacionaldelprado.es
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