El patito
feo, La sirenita, El soldadito de plomo... Cuentos que alguna vez han pasado
por nuestras manos y que se los leímos alguna vez a nuestros hijos cuando se
iban para la cama. Llamaban desde sus habitaciones porque no eran capaces de
dormir y había que contarles un cuento. Y, entonces, el padre o la madre
cumplían su petición y empezaban narrando historias que terminaban por
complacer al hijo, cuando no a ambos.
Eso mismo hacía el padre
de Hans Christian Andersen en el siglo XIX:
Durante el día, mientras estaquillaba suelas, estimulaba la fantasía de
su pequeño hijo con relatos de la tradición oral, y en las noches de insomnio,
sentado al borde de la cama, leía en voz alta los cuentos adaptados de Las
mil y una noches, antes de que Hans Christian se entregara a merced del
sueño, con las maravillosas aventuras de Simbad, el marino.
Hans
Christian Andersen (Odense, 1805-Copenhague, 1875) nació en el seno de una
familia humilde, cuyo ámbito estaba signado por la suciedad y la pobreza, la
promiscuidad y la prostitución.
Los primeros testimonios
refieren que su madre fue abnegada e indulgente con sus hijos, cumplidora con
los quehaceres domésticos y que su pequeña familia era una de las más prósperas
del barrio; en tanto otros testimonios revelan que fue mujer de vida alegre,
que tuvo una hija fuera del matrimonio, que doblaba en edad a su marido y era
adicta al alcohol. Su padre, Hans Andersen, era zapatero remendón y persona
racional, quien creía más en la bondad humana que en los milagros de la
divinidad. No fue esposo ideal pero sí un padre ejemplar.
Hans Christian terminó
la escuela de pobres con pésimos resultados en lectura, escritura y
matemáticas. De modo que su madre, quien contrajo segundas nupcias con otro
zapatero remendón, no se hizo más ilusiones que hacer de su hijo un buen
sastre, pues si aprendió a coser ropas para sus títeres, cómo no podía
confeccionar trajes para las personas mayores.
Cuando
murió su madre de delirium tremens en un asilo de su ciudad natal, Hans
Christian se vio obligado a sobrevivir solo. A los 14 años, sin otra propiedad
que su prodigiosa fantasía, abandonó su casa en Odense y se mudó a Copenhague,
esperanzado en trabajar en algún grupo de teatro. Pero ni bien llegó a la capital,
nadie quiso saber de él ni de sus proyectos. Pasó hambre y frío en un gueto,
compartiendo su suerte con los más necesitados, hasta que en 1822 conoció a
Jonas Collin, quien, convencido del talento de su amigo, decidió ayudarlo en su
cometido. Para empezar, le consiguió una beca en la escuela latina de Slagelse,
considerando su deficiente destreza en la lectura y escritura.
El joven Hans Christian,
se instruyó gracias al respaldo económico de su benefactor. Venció los exámenes
de bachillerato a los 23 años y asumió en serio su vocación literaria. Escribió
poemas, entretuvo a los niños narrándoles cuentos y, en sus horas libres,
recortó siluetas de libros y revistas, para luego pegarlas en unos cuadernos,
junto a versos y cuentos breves. Al año siguiente Andersen ingresó en la
Universidad de Copenhague.
Aunque
también escribió poesía, teatro, novelas y libros de viaje, hoy me voy a
centrar en el Andersen como el escritor de los niños. Pues nunca mejor dicho.
Son sus más de ciento cincuenta cuentos infantiles los que lo han llevado a ser
reconocido como uno de los grandes autores de la literatura mundial. Han sido
traducidos a más de ochenta e idiomas y adaptados a obras de teatro, ballets,
películas, dibujos animados, juegos de CD, y obras de escultura y pintura.
Andersen
recreó estéticamente los cuentos populares escuchados en su infancia, en las
cámaras de tejer, las cosechas de campiña y los barrios pobres. No se limitó a
transcribir los cuentos de la tradición oral sino que les dio un tratamiento
literario para atrapar la atención de los lectores.
Cuando empezó a escribir
sus cuentos comenzaban de la manera clásica: “Érase una vez... había una vez...
hace muchos años...”. Pero después, cuando encontró su propio estilo, usó
frases vinculadas con la naturaleza: “...¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a
oscurecer... ¡Qué hermoso estaba el campo! Era verano...”.
Los personajes son escogidos en su
mayoría de los estamentos más desfavorecidos, y reflejan las características
generales del espíritu humano; también objetos, animales y plantas sirven para
mostrar algún rasgo de la naturaleza humana.
Los temas que trata en
ellos son muy variados y propios de los seres humanos: sus problemas, alegrías,
penas y sufrimientos.
Durante mucho tiempo,
Andersen estuvo influenciado no sólo por Perrault y los Grimm, sino también por
los hermanos Orsted, cuyos trabajos en el campo de las ciencias naturales le
sirvieron para asimilar los conceptos: de lo bueno, lo bello y lo feo.
El
valor de estas obras en principio no fue muy apreciado; en consecuencia
tuvieron poco éxito de ventas. No obstante, en 1838 Hans Christian Andersen ya
era un escritor establecido. La fama de sus cuentos de hadas fue creciendo.
Comenzó a escribir una segunda serie en 1838 y una tercera en 1843, que
apareció publicada con el título Cuentos nuevos. Entre sus más famosos
cuentos se encuentran «El patito feo», «El traje nuevo del emperador», «La
reina de las nieves», «Las zapatillas rojas», «El soldadito de plomo», «El
ruiseñor», «La sirenita», «El ave Fénix», «La sombra», «La princesa y el
guisante». Muchos de sus cuentos serían
ilustrados por artistas de reconocida trayectoria como es el caso de Wilhem
Petersen y Lorens Frolich.
En
su producción no se encuentran cuentos que hagan reír. Más bien son cuentos que
tratan temas como la crueldad o la ternura de una forma delicada.
Este
hombre de nariz prominente y curva, piernas largas, brazos delgados y pasitrote
ridículo, que en principio escribió para satisfacer más a la familia de Joan
Collin que a sus lectores, y que se vio despreciado por su fealdad física, se
describió con maestría en El patito feo, cuento en el cual describe su
propio destino; destino del que nace en
las clases bajas y vuela como un cisne hasta los salones de la aristocracia.
También el hecho de enamorase de mujeres inasequibles para él, por lo que se
cree que muchas de sus historias se interpretan como alusiones a sus fracasos
sentimentales, como el cuento de El ruiseñor, que se dice está inspirado
en la soprano Jenny Lind.
Una de las innovaciones
que incorporó en sus cuentos fue el lenguaje cotidiano, lleno de expresiones,
sentimientos e ideas hasta entonces nunca incorporados a la literatura
infantil, por considerarlos lejos de su comprensión.
Gustaba de contar cuentos
a los niños y cuando comenzaba a escribirlos lo hacía en una forma clara, viva
y colonial. Miraba al mundo con ojos de niño y los reproducía con comentarios
de adulto. Tal vez sea éste el motivo por el que tanto niños como mayores
encuentran entretenidas sus obras transformándolo en uno de los autores de
literatura infantil más conocidos y traducidos del mundo.
Fuentes: Wikipedia, www.bibliotecasvirtuales.com, www.letralia.com,www.icarito.cl
Les dejo esta preciosa canción "Bajo el mar" de la película La sirenita producida por Walt Disney:
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