Para todo aquel lector o lectora que quisiera iniciarse en
el conocimiento de la Historia Clásica, sobre todo, en lo referente a la Roma
Imperial, a la Grecia Clásica o al Egipto Antiguo, recomendaría, a mi modesto
entender, que se leyese y disfrutase de tres joyas literarias ambientadas en
esa época: Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari, Los Mitos Griegos, de Robert
Graves y Yo, Claudio, también de este autor.
Quién iba a
decir que “Claudio el Idiota”, “Ese Claudio”, “Claudio el Tartamudo” o
“Cla-Cla-Claudio”, o cuando mucho, “El pobre tío Claudio”, como así le llamaban
sus familiares, al que mantenían apartado de los cargos y honores públicos que
le hubiesen correspondido por su nacimiento, iba a ser uno de los emperadores
bajo cuyo reinado el Imperio Romano atravesó su periodo de mayor expansión tras
la época de Augusto. Sus defectos físicos –era cojo, tartamudeaba al hablar y
tenía algunos tics nerviosos- hicieron que sus familiares lo tomasen por un
caso perdido, y fuese maltratado y despreciado.
Pero Claudio se
aprovecha de esta exclusión y dedica todo su tiempo a leer e instruirse, algo
que le reportará grandes herramientas para escribir sus propios tratados de
historia y este alejamiento le librará de las purgas que la propia familia
efectuaba entre sus componentes, que aun despreciado por su abuela Livia,
Claudio procuraba no llevarle la contraria, igual que a su tío Calígula,
salvándose de ser eliminado, como tantos otros miembros familiares.
“ Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico
Esto-y-lo-otro-y-lo-demás-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos
mis títulos) que otrora, no hace mucho tiempo, fui conocido...” Así
comienza la supuesta biografía de este emperador, que nunca quiso serlo, y digo
supuesta porque es una historia novelada de su vida escrita por Robert Graves.
Esta escena la interpreta, de forma magistral, el actor británico Dereck
Jacobi, en la miniserie producida en el año 1976 por la BBC.
Robert Graves (Wimbledon, Londres, 24 de julio de
1895- Deià, mallorca, 7 de diciembre de 1985), se alistó en el ejército en el
cuerpo de fusileros, al estallar la Primera Guerra Mundial , siendo herido de
tal gravedad en la batalla del Somme, que su familia llegó a ser informada de
su fallecimiento. Pero se recuperó, aunque le quedaron secuelas en los pulmones
y pasó el resto de la guerra en Inglaterra, tratando, sin lograrlo, de
reincorporarse al frente. Su primer volumen de poesías fue publicado en 1916,
aunque más tarde intentaría ocultar las que escribió durante la guerra. Como
poeta son conocidas sus composiciones Hadas y fusileros y Poemas
completos. Sus mayores éxitos los logra con novelas históricas, Yo,
Claudio y su continuación Claudio el dios y su esposa Mesalina, Rey Jesús o
El conde Belisario. Es autor también de una autobiografía suya Adiós a
todo eso, que sería posteriormente revisada por él mismo. Escribió sobre
mitología obras como La diosa blanca, Los mitos hebreos, Los mitos
griegos y Dioses y héroes de la antigua Grecia.
Escrita en primera persona, esta novela consta de 34
capítulos y en ella el emperador Claudio va relatando, en los últimos días de
vida, sus memorias. En ellas el anciano césar nos va descubriendo los
acontecimientos y personajes que influyeron en la Roma imperial desde el
reinado de Augusto, pasando por Tiberio y Calígula, sus tres antecesores,
dándonos a conocer las disputas familiares por el poder, utilizando todos los
medios posibles para conseguirlo, incluidos los asesinatos, y la corrupción.
Destaca el papel de su abuela Julia, experta en asesinatos, que manejaba como marionetas a todo aquél
que estaba a su alrededor, pues, como decía el propio Claudio, Augusto reinaba
en Roma pero Julia mandaba en Augusto. Esta turbia etapa lo único que consiguió
fue el definitivo declive de Roma. Nos cuenta también su nacimiento, infancia y
las precarias condiciones físicas que la marcaron, su relación con Livia esposa
de Augusto, quien a pesar de despreciarlo lo utiliza después para convertirse
en diosa (post mortem), los matrimonios que tuvo y su rocambolesca ascensión al
poder, pues en Senado romano quería a un títere al que dominar.
Son varias las fuentes en las que se inspiró Graves para
escribir esta novela. Era un gran
lector de los clásicos, de los cuales se aprovechó, como Tácito, por ejemplo,
del cual figura un texto en la primera página. “Una historia que fue
sometida a toda clase de tergiversaciones...” De ellos se aprovechó para
obtener un conocimiento puntual y
perfecto del siglo primero después de Cristo y de la agitada vida de la
sociedad romana.
La novela carece en muchos momentos de acción. Hay
capítulos enteros en los que no aparecen diálogo alguno. Son narraciones puras
y duras. Al ser un gran conocedor de
los historiadores clásicos, intenta imitar su estilo con descripciones muy
detalladas de personajes y hechos. Semeja una crónica de la época y cargada de
fidelidad histórica, lo que nos lleva a confundir qué parte de la misma es
ficción y cuál es realidad. Son especialmente interesantes las descripciones de
los mandatos de Tiberio y por encima de todos el de Calígula, un auténtico
demente que se creía Dios.
Aunque al principio se nos haga un poco tediosa, va de
menos a más, aunque haya unos capítulos que resulten más interesantes que
otros. Quizá la parte más atractiva sea la llegada de Calígula al poder.
La novela resulta en su conjunto interesante, por el período que abarca
pese a las atrocidades que en él se cometieron. Es una verdadera joya
literaria. Un gran trabajo realizado por el autor al haber conseguido una
novela histórica que trata, realmente, sobre historia, por lo que recomiendo su
lectura aunque el lector no espere un relato ligero, pues está lleno de muchas
dosis de realismo, lo que ralentiza un tanto su lectura, pero no por eso deja
de entretener y de que uno se vaya encariñando con el personaje
Título original: I, Claudius
RBA Editores S. A., 1993.
Traducción cedida por Ana Silva Mazía
ISBN: 844730146X
Nº pág.: 463